Ego, mi Loba Salvaje
Busco mantener mi ego a raya sin saber muy bien quien es.
Imagino que es una loba, una loba que me defiende como a su cachorra, no tiene filtro, me sobre protege, no me deja opinar, a ratos ni reaccionar, sale a salvarme cuando, desde su proteccionismo, lo considera oportuno.
Nos miramos la una a la otra a los ojos desde hace muy poco, antes solo sentía que me salían las uñas y los dientes, que brotaba de dentro de mí algo que te se parece a la vanidad, pero que se viste de la inseguridad más elegante que se pueda vestir.
Tengo claro que mi ego, por ahora, es la fuerza del miedo y también de las agallas, es mi falta de amor propio pellizcando a la loba, llorándole para que reaccione, para que se levante majestuosa primero sobre las patas delanteras y luego las de atrás, envenenándola a susurros de dolor y de prejuicio para que ataque, para que deje claro a su “presa” que me voy a defender, sin coherencia, llena de rabia, pero me voy a defender.
Después de la tormenta veo la calma, no la siento, pero la sé. Sé que mi loba me protege sin control, desatada por mi dolor y mi inconsciencia, me protege de lo que no debe protegerme, porque me libra de lo que me permite aprender a ser más salvaje, más fuerte, más brutal, más coherente, más carnal, más real.
A veces me pierdo en ella, me abrazo a su lomo y me dejo llevar mientras corre enfadada, atenta, nerviosa, desatada.
A veces la acaricio y le digo que descanse tranquila que yo me ocupo, que mi inseguridad se vuelve más segura, más conectada, más vulnerable, más yo.
Pero se enfada y me muerde, me araña con sus zarpas afiladas que saben herir más que nadie, y me desgarra la calma, la felicidad, el camino aprendido y el bienestar, me hace llorar con fuerza, y me da la oportunidad de volver a reconstruirme y de ahí aprendo a verme y transformarme en quien quiero ser.
No sé muy bien que es mi ego, pero sé que no me gusta ni cuando desaparece del todo ni cuando se desboca sin control.
Me gusta pensar que mi loba y yo nos acurrucamos en una, dejándonos espacio para ser, cada vez más cómodas, siempre atentas por si hay que huir, recibir, atacar o aprender. Atentas a no tener más protagonismo que la otra, nos olemos, nos conocemos, nos lamemos, nos arañamos, nos añoramos y nos echamos de más.
Pero seguimos caminando juntas, salvajes y desnudas, dueñas de nosotras mismas.
Gracias Ego. Me enseñas a ser.